Enclavada en un sistema cavernario, la Disco Ayala, de Trinidad, no solo es la única cueva discoteca de la que se tienen registros en el mundo, sino que, además, guarda en su interior hechos de sangre que datan de otros tiempos
Dice Bárbara Venegas, la historiadora de Trinidad, que su ciudad es tan rica en leyendas como lo es en tradiciones. Una de ellas, extensamente difundida, habla de un mulato libre, alto, fuerte, de unos 29 años de edad, natural de Trinidad, carpintero de oficio y que formó parte de las filas españolas en la Guerra de los Diez Años.
A pesar de que la ciudad toda conoce algún que otro dato de los hechos de sangre que este joven cometió en su tiempo, pocos saben que en realidad esta leyenda tiene poco de utopía, “porque esta no es una invención popular: Carlos Ayala existió”, agrega la especialista.
El presidente de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre en Sancti Spíritus, Abel Hernández Muñoz, explica que este sistema cavernario fue descubierto en 1851 por el personaje del cual ha tomado su nombre, y estuvo sin otro uso hasta los años 90 del siglo pasado, cuando se decidió hacer un museo espeleológico en el lugar.
“Lo que el público conoce es solo la entrada: esta cueva vadosa tiene una extensión de 3 400 metros cuadrados. Es vadosa porque el agua de lluvia acidulada que entra por la roca caliza crea un hábitat muy rico en formaciones secundarias de un valor y belleza indescriptibles. Por estas razones, Alejandro Romero Emperador, padre de la espeleología en la provincia y de nuestra fundación propuso esta maravilla natural como museo espeleológico”.
Aquella idea suscitó tanto agrado que incluso Antonio Núñez Jiménez dio su visto bueno en persona. Ya para cuando el actual milenio hizo entrada, el interior exhibía artículos de otras muchas grutas de la región central, e incluso, de las cuevas de Bellamar.
Así duró hasta aproximadamente el 2010, explica Hernández Muñoz, cuando los administradores de la instalación hotelera decidieron darle el uso por el cual se reconoce hoy en tantos países; empresarios de la construcción de Bélgica, Francia o Alemania han intentado emular sin éxito la Disco Ayala en sus respectivos lugares de origen.
El espeleólogo espirituano no niega las bondades de convertir semejante estructura en atracción turística; sin embargo, piensa que se debió tener en cuenta que el nuestro fue un proyecto único en el país: una colección de alcance nacional, expuesta y organizada en su ámbito originario, que se mostraba al visitante de acuerdo con criterios museológicos y museográficos.
LA LEYENDA
Narra un periódico —que se conserva en el archivo del Museo Romántico— que la medianoche del 15 de julio de 1879 estuvo signada por una explosión muy cercana al aljibe que se encuentra en la calle Santo Domingo, próxima a la Iglesia de Santa Ana. Quienes vivían en los alrededores no tardaron en llegar a la casa, no sin antes divisar una figura humana que desaparecía en la oscuridad.
El fuego, que cubría parte de la casa, apenas dejaba ver a una viuda y tres hijos que lloraban al pie del muerto. Él, don Roque Álvarez, había perecido a manos del fugitivo y yacía ante sus familiares con la frente ensangrentada. Una breve reconstrucción de la escena del crimen arrojó pistas claras: el maleante penetró con sigilo, dispuesto a robar a la niña Carmen Álvarez, cuando el señor de la casa despertó e intentó detenerlo y sufrió su fatídico final.
Tres días transcurrieron sin que descubrieran al perpetrador hasta que, el 18 de julio, la hermana de la desaparecida, Tomasa Álvarez, confesó a la policía que un conocido de la familia frecuentó su casa en los últimos días: Carlos Ayala Agama.
El nombre retumbó por toda la villa: entre sus antecedentes constaba la violación de un infante, pena de la cual fue seudoexonerado, debido a los vínculos que mantenía con las autoridades del gobierno local por el papel que ejerció como confidente y delator.
Esa misma tarde fue interrogado por el jefe de la policía municipal. En el acta se registra la intranquilidad de su conducta y los objetos que se descubrieron en su vivienda: cápsula de revólver, manta y prendas de la desaparecida y algunas otras que no se pudieron identificar, por su tamaño, también de niños.
Mientras aprisionaban a Ayala, el oficial y algunos pobladores hallaron una casucha de guano dentro de la cueva; en su interior descubrieron lo que en el juicio nombraría El Taller: un camastro y cepo rústico ensangrentados, serrucho, martillo, escalera, útiles de cocina, hacha y sogas. De la tierra, relata con crudeza el escrito de papel, sobresalía la mano izquierda de la niña, mutilada y presuntamente violada.
Durante los tres años que demoró la sentencia, Carlos Ayala causó muchos problemas en la Cárcel Real, hoy Factoría Santa Ana, y asumió que era protegido por fuerzas oscuras y el gobierno español, hasta que llegó el fallo condenatorio que dispuso la ejecución por garrote vil. Mientras tanto, hizo todo lo posible por gritar supersticiones desde su celda, hasta que se detuvo definitivamente aquel 16 de febrero de 1882.
Varias publicaciones locales coinciden en que Ayala murió por obra de este aparato de tortura. En la tercera villa existen creencias, como la que narra que fue encerrado en un barril de madera repleto de clavos filosos, y arrojado desde el punto más alto de la calle más extensa de Trinidad. Una acción así provocaría una muerte lenta, dolorosa, pero definitoria. Sin embargo, parte del imaginario popular dictamina que no se halló rastro de Ayala una vez destaparon el barril cerrado o que no fue su cuerpo el que yacía desangrado dentro.
En la actualidad, la disco cueva se posiciona como una de las instituciones de su tipo más atractivas del país y a escala global. Sin embargo, incluso cuando desde la dirección del hotel Las Cuevas han asegurado en varias ocasiones que no comercializan esta historia, hay quienes —como la Historiadora de la Ciudad— escuchan con recelo el nombre que este centro recreativo heredó del funesto personaje.
Por: Jose Lazaro Peña.
Fuente: Escambray