POR KAREN REYES AROSTICAS
Bárbara Venegas Arbolaez**
Por su dimensión nacional el proceso de La Escalera ha sido exhaustivamente estudiado y su magnitud como hecho histórico ha eclipsado otros no menos importantes, que desde la dimensión regional también arrojan luz sobre acontecimientos y figuras relacionados de algún modo con la conspiración homónima.
Sin dudas, el personaje más notable involucrado en dicho suceso es el poeta mestizo libre Diego Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) cuya actuación ha sido objeto de las más disímiles interpretaciones y las circunstancias de su encarcelamiento y muerte han devenido símbolo de la opresión colonial. Durante más de un siglo se especuló acerca de su posible vínculo con la conspiración de «los de color» contra los blancos, pero a la luz de investigaciones de finales del siglo XX[I] ya no es posible la conjetura: Plácido era un conspirador que se movía en una compleja red de conexiones en diferentes lugares de la Isla.
Del estudio de la documentación inglesa de la época se infiere que la labor de proselitismo de agentes ingleses en Cuba, como los diplomáticos David Turnbull y Francisco Ross Cocking, alentó la conspiración. Por otra parte, se ha sabido de la existencia de dos comités: uno de blancos, en general ricos esclavistas; y otro de negros y mulatos libres.[II] En el último grupo estaría Plácido.
Es posible que Valdés desempeñara una función de enlace entre los distintos grupos. Al menos sus frecuentes viajes entre 1840 y 1843 —Matanzas- Villa Clara- La Habana- Matanzas- Sagua la Grande- Villa Clara- Cienfuegos- Villa Clara— hacen plausible esa suposición, dada la incongruencia entre la explicación al uso, de que andaba en busca de trabajo apremiado por necesidades económicas, y su situación real de carencia de dinero; ya que su trabajo ocasional de peinetero, tipógrafo y colaborador en periódicos difícilmente justificaba esos continuos gastos de travesía.
El caso es que el 6 de abril de 1843, a medianoche, fue detenido en Villa Clara junto con Santiago Beltrán, que había venido de Matanzas y se había hospedado en su casa, y Ramón Morejón, un sujeto de malas referencias. Al poeta se le ocuparon papeles y libros, que se le devolvieron al día siguiente. Sobre él pesaba una acusación de conspiración contra la raza blanca en un anónimo dirigido al «Sr. Gobernador Político de Las Villas», de fecha 1º de abril.
Se sabe que hay reuniones secretas en la casa de Juan Bautista Martínez, que es conocido por «Marcial» y en la platería de Don Manuel Valdivia aunque aquí disimula. Los cabecillas son el dicho Marcial, en cuya casa se encuentran más de catorce arrobas de balas, «polbora», fusiles, yesca y mecha, también Valdivia y Plácido, habiendo este venido a este pueblo de Villa Clara para la organización y ponerse en contacto con los cuatro lugares y Cienfuegos, a donde ahora se há identificado. —En el secreto están todos los pardos y morenos de alguna penetración siendo otros los que figuran como promotores, como Juan Moya y como intruso un tal Ramón Morejón, hombre verdaderamente guapo y mal entretenido.[III]
En principio, solamente sospechas y acusaciones, pero fueron suficientes para abrir la causa «Criminal contra los pardos libres Juan Bta Martínez, c/p Marcial, Juan Bautista Moya, Miguel Antonio Valdivia y otros veinticuatro más acusados de conspiración contra los blancos en la ciudad de Trinidad». Sin embargo, este sumario se fragmentó: Plácido, Morejón y Beltrán fueron trasladados a la cárcel de Trinidad. Por orden del Capitán General de 18 de abril debía llevarse este proceso aparte, al resto de los encartados se les continuó el expediente, y en La Habana se proseguía como sublevación de las regiones villareñas.[IV]
Es sumamente difícil intentar esclarecer el motivo de las autoridades coloniales para este proceder, ¿por qué se establecía diferencia entre este encausado y el resto, si todos aparecían involucrados en una misma conjura, según el anónimo? La única explicación posible, hasta el momento, la ofrece Manuel García Garófalo Mesa, al afirmar que más que por el anónimo, la detención y el seguimiento aparte del caso de Gabriel de la Concepción Valdés fueron determinados «por los rápidos y continuos viajes a distintos lugares de la jurisdicción y sus relaciones con personas señaladas como revoltosas».[V]
Los detenidos ingresaron en la pequeña y deteriorada cárcel de la calle Jesús María esquina a Santo Domingo, conocida como «La Ferrolana», que inclusive ofrecía posibilidades de evasión de las que pudo haberse aprovechado Plácido si así lo hubiera deseado, a juzgar por los versos en la pared que estuvieron allí durante muchos años: «Juan de Dios se fue con Dios/ y Plácido se quedó».[VI] Evidentemente, hubo una invitación a la fuga, que el poeta rechazó, tal vez por su convencimiento de que no había nada que lo pudiera inculpar, como insistentemente declaraba en sus cartas desde la prisión a su madre y al abogado defensor que ella había gestionado, el licenciado Joaquín Astray Caneda, con bufete en La Habana. Además, en el bardo nunca anidó la propensión a huir, que se vincula de modo natural a su convicción de la cubanidad: nunca se iría de Cuba porque era muy cubano, como expresara en repetidas ocasiones; incluso un poco más tarde desoyó el consejo de que marchara a España que, como autoridad, le hizo el teniente gobernador de Trinidad a su salida de la cárcel.
No había pruebas, pero había que hacer verosímil el sumario y, sobre todo, que los cautivos sintieran el temor ante la ley colonial. Esto se lograría con la dilación inexplicable del procedimiento, las preguntas sin respuesta, la burocracia interminable.[VII] Por eso se ordenó el 29 de mayo el seguimiento en Villa Clara. También se prosiguió la investigación en Cienfuegos y en San Juan de los Remedios, con resultados infructuosos.
La paradoja del trámite era que como Valdés no estaba procesado no podía tener defensor oficial, por lo que al parecer su asesoría legal la asumió el abogado trinitario Rafael Medinilla, que «confeccionó un escrito apremiando para que se le tomara declaración y se resolviera su estado procesal, por lo despacioso del procedimiento. Fue el único, y eso indirectamente, que intervino en los autos».[VIII]
Es decir, que el apoyo de Medinilla se concretó en dos instancias que hizo Valdés al oidor y asesor de la Comisión Militar Nicolás Ramos para que gestionara el envío de su causa y lograr así su procesamiento. Sin embargo, Ramos no resolvió nada, quizás llevado por su natural animadversión hacia los negros y mulatos, de la que ya había dado muestras en la persecución de los esclavos sublevados en los ingenios trinitarios en 1838, labor tan eficiente, sin cobro de salario alguno, que le valió un atestado de reconocimiento en mayo de ese año. Plácido dijo de él que era «un padre Jesuíta con borlas de doctor y título de Asesor»,[IX] lo criticó por su mala intención y así se lo comunicó a Astray Caneda en carta del 27 de septiembre desde la cárcel de Trinidad. Esta caracterización tiene todos los visos del sarcasmo propio del escritor, aún en sus momentos más difíciles, como cuando dice: «(…) el día 6 de octubre se cumplirán seis meses que nos tienen a la sombra bajo santa obediencia. Ya por fin una bendita hidropesía lo [se refiere a Ramos] ha impedido de mandar almas al Purgatorio por algún tiempo, (…)».
La misiva a Astray Caneda menciona al trinitario Gabriel Suárez del Villar, «que no es Jesuíta, ni degrada su profesión», como el letrado que de oficio pidió los papeles de la causa. Al parecer, la gestión de la madre del prisionero, Concepción Vázquez, en la búsqueda de abogado para su hijo, aunque estuviera radicado a tanta distancia, fue un recurso desesperado para lograr la resolución del caso. Eso explica una carta en fecha tan tardía con los pormenores de los últimos viajes y la detención del bardo, con vistas a facilitar una defensa.
Junto con ese escrito, el poeta dictó un poder para pleitos a favor de Astray Caneda ante el escribano público Manuel Aparicio, que para ello se trasladó a la cárcel y lo confeccionó para «pobre».[X] El letrado habanero no tuvo tiempo de oficiar nada y, en cambio, parece que la diligencia de Suárez del Villar sí fue válida, pues el Capitán General dio la orden de libertad de Plácido y de los otros dos acusados el 11 de octubre, cinco días después de cumplirse seis meses de su aprehensión en Villa Clara y fecha muy próxima a igual tiempo de encarcelamiento en Trinidad, si se toma como punto de referencia el 18 de abril, en que el Capitán General ordenó llevar procedimientos por separado.
El Asesor de la Comisión Militar hizo su informe sobre el anónimo y estimó la no efectividad de la denuncia, aunque consideraba que había servido para hacer una investigación conveniente al orden y a las precauciones necesarias para la seguridad del país. En cuanto a Plácido, planteaba que se hacía sospechoso por «su disimulada vagancia de escritor ambulante de poesías y artículos de periódicos».[XI]
La excarcelación del poeta se produjo en los últimos días del gobierno de Gerónimo Valdés, pues el 20 de octubre de 1843 tomó posesión el general Leopoldo O’Donnell, que, como es sabido, superó a su antecesor en escalada represiva. Así, Plácido estaba libre en Trinidad en medio de un terrible tránsito de poderes, a cuál peor. Había estado en cautiverio por sospechas, ni siquiera había sido juzgado, pero, en el colmo de las paradojas, salía marcado para un juicio final que no se haría esperar.
Las referencias más confiables sobre su permanencia en la ciudad durante el mes siguiente aparecen en Plácido, el poeta infortunado, de Leopoldo Horrego Estuch (1944). Trabajó en lo que siempre había hecho para ganarse la vida, como peinetero y como poeta; siguió relacionándose con su amigo, el abogado Medinilla, que lo ayudó mucho, espiritual y materialmente, y que pudo haberlo introducido en los círculos más cultos de la ciudad, como el que existía en torno al rico mecenas Justo Germán Cantero, también Caballero Regidor y Alférez Real del Ayuntamiento.
¿Hasta qué punto su personalidad fue escindida por la dualidad de una ciudad esclavista? Se le invitaba a declamar en una fiesta en el palacio Cantero, pero vivía en la calle Chinchiquirá, de esclavos, negros y mulatos libres y blancos pobres, varios de ellos expósitos; de casas de embarrado y tejas y bajo puntal, como correspondía a un barrio subalterno para gente de menor categoría.[XII] Realmente, nunca debió sentirse cómodo, y menos aún si se tienen en cuenta sus ideas de crítica social y filiación abolicionista.
En Trinidad tuvo la oportunidad de ver la opulencia sustentada en la esclavitud cuando visitó el ingenio Güinía de Soto invitado por su propietario Justo Germán Cantero. Dio testimonio de ello en su Exposición en el proceso de La Escalera el 23 de junio de 1844. Le llamó la atención la ausencia de grilletes en una dotación de 600 negros y la organización del trabajo, con operarios libres y extranjeros, además de los esclavos. Sin proponérselo, estaba asistiendo a los momentos precedentes a la instalación del tren Derosne en dicha fábrica por los propios operarios de la firma francesa Derosne et Cail[XIII], pero no tenía la menor euforia por el futuro triunfo de la técnica, sino interés por los siervos y los probables métodos para reformar el sistema de labor.[XIV] En esta parte la Exposición permite captar con transparencia sus criterios sobre el tratamiento al esclavo y la posición extranjera en el intríngulis esclavista cubano, inspirados, desde luego, por el ideario abolicionista.
Ante la inminente partida del poeta para Matanzas, el teniente gobernador de Trinidad, Pedro de la Peña, envió un informe al gobernador de aquella ciudad el 15 de noviembre, que puede considerarse un ejemplo de la suspicacia policial de la colonia. No solo explicaba el caso del pardo Gabriel de la Concepción Valdés, sino que recomendaba mantenerse al tanto de sus andanzas, pues «(…) he tenido lugar de observar su conducta durante el tiempo que aquí ha permanecido en libertad, y encuentro ser esta bastante mala: no se le ha conocido ocupación ninguna; es hombre sospechoso, y en mi concepto perjudicial su permanencia en la Isla».[XV]La vigilancia no había terminado; nunca concluiría.
El discurso oficial es reiterativo en su intolerancia. Las autoridades coloniales no modificaron su punto de vista desde que aprehendieron al poeta a principios de abril en Villa Clara, ni en la prisión trinitaria, ni en su liberación, y menos aún, durante el postrero proceso de La Escalera. Aunque en Trinidad Gabriel de la Concepción Valdés no pudo ser juzgado por falta de evidencias en su contra, había un total convencimiento acerca de su culpabilidad, que se basaba en indicios subjetivos: su comportamiento, sus amistades, su continua movilidad, sus manuscritos.
La escritura fue una fuente incriminatoria tan importante como las acusaciones de otros prisioneros, ambas fueron utilizadas por el régimen para llevarlo ante el pelotón de fusilamiento el 28 de junio de 1844. Los textos lo acompañaron siempre, eran parte consustancial de su voluntad creadora: el poema «El juramento», la carta a Joaquín Astray Caneda desde la cárcel de Trinidad, la Exposición en los autos matanceros, entre otros. En todos está presente la crítica social y la denuncia de la opresión. Aludiendo a la carta a Astray Caneda, en la declaración del 7 de abril de 1844 —a un año de su encarcelamiento en Villa Clara— el fiscal le preguntó el significado de las palabras: «En Trinidad se nos ha hecho servir de instrumento de especulaciones y venganzas y se nos ha inmola do bárbaramente a la ambición».[XVI]
Esa amarga reflexión, que, como se sabe, escribió el 27 de septiembre de 1843 tras las rejas de La Ferrolana, no deja lugar a dudas acerca de su relación con la ciudad, a la que en ese momento más bien conocía de oídas, de cuchicheos en la prisión, que ocasionalmente sería sujeto lírico en su obra, a veces tan solo una referencia, como al inicio del poema «A Lince desde la prisión»: «Desde el antiguo pueblo donde un día/ Partió Cortés con su pequeña armada/ A pesar de Velázquez, y atrevido/ Dió un nuevo imperio á la gloriosa España, (…) [sic]».[XVII] Significativamente, el lugar real donde se encontraba se omite, solo hay una velada alusión, como si doliera mencionarlo, y por el contrario, las imágenes de Matanzas brotan para representar la verdadera belleza y la felicidad.
¿Por qué una ciudad que rechazaba lo atrajo para quedarse un mes después de su salida de prisión? ¿Era solo la necesidad de trabajar para ganar algún dinero o existía una razón oculta? ¿Podría tomar se como respuesta a esta interrogante su postrera declaración, ya en capilla, en es pera de la sentencia, en junio de 1844? Le dijo al fiscal que
(…) revelaría importantes secretos si antes de ministrar pruebas y de entrar en otra clase de explicaciones se le concedía un perdón absoluto, porque no confiaba en promesas bajo ningún concepto, (…) añadiendo con notable vehemencia, que estaba al corriente del movimiento que debía estallar dentro de poco en Trinidad y otros puntos de la Isla.[XVIII]
En efecto, en Trinidad hubo una importante sublevación de esclavos en 1844. ¿Es que el acusado sabía los pormenores desde mucho antes? De ser así, solo era posible si estaba involucrado en la conspiración, y para ello debía haber hecho conexiones en Trinidad. Son preguntas sin una respuesta contundente. El 17 de noviembre de 1843 el poeta se despidió de su amigo Rafael Medinilla en el puerto de Casilda y se embarcó para Matanzas en el vapor Cisne, en el que sería su último viaje desde tierra adentro.
*Artículo publicado en Tornapunta 12.
**Filóloga, profesora e investigadora, Máster en Ciencias de la Educación. Recibió el Premio Emilio Roig de Leuchsenring 2012 por su contribución al conocimiento y divulgación de la historia local. Autora de artículos y libros de temas historiográficos. Miembro del Consejo Editorial de Tornapunta.
[I] Plácido, poeta mulato de la emancipación (1809-1844), de Enildo A. García (1986), y Sugar is made with blood. The conspirancy of La Escalera and the conflict between Empires over Slavery in Cuba, de Robert Paquette (1998).
[II] Cué Fernández, Daisy. Plácido, el poeta conspirador, p. 71.
[III] Horrego Estuch, Leopoldo. Plácido, el poeta infortunado, p. 333-334.
[IV] Ídem, p. 156. Este autor plantea que “Entonces se podía fragmentar o reproducir una causa criminal. A esta forma procesal debióse que se iniciara también otro proceso en Trinidad, o sea, que en tres lugares se seguían sumarios por los mismos hechos denunciados”.
[V] Cué Fernández, Daisy. Op. cit., p. 89.
[VI] Comunicación personal de José Luis Lara, 22 de febrero de 2003.
[VII] Se expidió una nota citada por Horrego Estuch en op. cit., p. 157.
[VIII] Horrego Estuch, op. cit., p. 158.
[IX] Véase García Garófalo Mesa, Manuel. Plácido, poeta y mártir, p. 146. En realidad, no había jesuitas en Cuba en esa fecha, sino hasta el 29 de abril de 1853, en que entraron los primeros religiosos de esa orden después de su expulsión de la Isla en 1767; y por otra parte, a esta congregación le estaba prohibido por sus reglas ocupar oficios públicos como el que tenía Nicolás Ramos.
[X] A. H. T. Fondo Escribanías, Aparicio, leg. 2, exp. II (1843), f. 601 vto. – 602 vto., n. 688.
[XI] Citado por Horrego Estuch, op. cit., p. 159.
[XII] A. H. T. Fondo Antigua Anotaduría de Hipotecas, libro 4º, f. 340 vto., 29 de noviembre de 1876; y Fondo Escribanías, Cipriano de Villafuerte, leg. 7 (1876), f. 769 770. También Registro de la Pro piedad, t. 2, 6, 10, 13, 15, 17, 18, 24, 25, 37, 44, 45, 47 y 113.
[XIII] El 27 de enero de 1844 Justo Germán Cantero comunicó al Ayuntamiento que iba a permanecer en su ingenio Güinía de Soto para “la plantación de una gran máquina”. A. H. T. Fondo Donativos y Remisiones, sin pro cesar. Expediente sobre ingenio, Tren Derosne Güinía de Soto, 29 de enero de 1844, 3 folios (1844 1845).
[XIV] Cué Fernández, Daisy: Op. cit., p. 309.
[XV] Ídem, p.339.
[XVI] Cué Fernández, Daisy: Plácido y la conspiración de La Escalera. En: Acerca de Plácido, p. 475.
[XVII] Valdés, Gabriel de la Concepción: Poesías, p. 55-59.
[XVIII] Citado por Daisy Cué Fernández en Plácido y la conspiración de La Escalera. En: Acerca de Plácido, p. 478.